viernes, 13 de diciembre de 2013

TRISTEZA


Siempre he luchado por la Democracia. Cuando era joven la dictadura en la que vivía ya estaba desgastada, evolucionada, o debilitada, no voy a enjuiciar ese momento ahora, para que tal pelea fuese demasiado peligrosa. Formaba, además, parte de una muchedumbre de jóvenes con los mismos sentimientos y tan numerosa que era fácil pasar desapercibido dentro de ella. No me destaqué, no sufrí represalias, no tengo, pues, méritos ni heridas por las que ser homenajeado, aplaudido o acreedor de ningún beneficio social. Tengo lo que fui capaz de conquistar, mi Democracia, y hasta hoy era feliz.

Fue determinante en mi elección y en mi lucha observar cómo otros países alcanzaban la Prosperidad, la Justicia, la Libertad de sus ciudadanos y la convivencia en Paz, con la Democracia.
 
 

 
Cuando por un instante histórico, el destino de mi vida, de mi país, de las generaciones que me sucederían, estuvo en mis manos, elegí con cuidado las normas de vida en común que luego plasmamos en la Constitución. En mi generosidad y optimismo juvenil, creí en que la Ley sería cumplida y que los gobernantes por el hecho de ser “democráticamente elegidos” serían necesariamente gentes honestas, inteligentes y comprometidas en hacer cumplir la Ley en beneficio de todos.
La inmensa mayoría de los millones de españoles que éramos electores en aquel tiempo nos sentíamos una nación y teníamos el firme propósito de seguir siéndolo. Y por un instante fuimos libres y votamos.
Libres y confiados, como novatos demócratas que éramos. Aquellos que elegimos para redactar nuestra constitución permitieron que en ella se filtraran virus que ya creíamos curados, ambigüedades, contradicciones, odios ancestrales, semillas de discordia. Así, los arteros, aprovechados, corruptos, gentes sin escrúpulos y demás escoria humana, se han colado en nuestras instituciones y se han asentado en ellas para quedarse. Y para permanecer en sus poltronas están dispuestos a todo, a arriesgar  nuestra Prosperidad,  Justicia social, Libertad y convivencia en Paz. 
Durante generaciones los españoles nos hemos amado los unos a los otros, hemos mezclado nuestra sangre, nuestros apellidos; aunado esfuerzos, auxilios, solidaridades; y de vez en cuando, como perseguidos por una maldición bíblica, presas de un incendiario carácter que se alista temerariamente a las más variopintas ideas, nos hemos enfrentado los unos con los otros, nos hemos matado los unos a los otros, hermano contra hermano, nunca un territorio contra otro.

En 1978 los vencedores y vencidos de la última contienda se dieron la Paz. Desterramos las ideas que antaño nos separaron y creímos que ya siempre resolveríamos nuestros conflictos públicos y privados con sometimiento pacífico y decidido a la Ley. Y la Constitución es la Ley. Hoy con tristeza debo reconocer que, a pesar de sus defectos, pudo haber sido un éxito.

Pero no todos nuestros gobernantes, democráticamente elegidos fueron leales. Cuando gustaron del vértigo del poder, olvidaron sus principios democráticos y sólo pensaron en conservarlo. Muchos. Demasiados.  Las aristas inadvertidas  en la línea recta hacia el porvenir que nos habíamos trazado, se han convertido en pirámides. Ocultan el destino común. Todo lo construido con tanto esfuerzo durante 35 años parece desvanecerse como un montón de papel al que se le aplica una llama.

No puedo negar la Libertad. No puedo negar a una parte de mis conciudadanos el derecho a seguir su camino separadamente. No puedo recriminar que el método de la elección libre sea por el que decidan esto. Pero, sin embargo, ahora comprendo cómo ciudadanos libres como los alemanes fueron esclavizados por Hitler lanzando contra ellos su propia democracia. Durante treinta y cinco años hemos permitido que generaciones de catalanes sean engañados por sus gobernantes. Durante treinta y cinco años hemos permitido que nos calumnien, nos desprecien, nos culpen a nosotros de la deslealtad y la rapiña de quienes administran sus bienes y fortunas. Durante demasiado tiempo hemos permitido que una banda de fascinerosos, ladrones y resentidos se apropien de sus voluntades. Y ahora, cuando los efectos de nuestra negligencia los empujan al desastre no podemos hacer otra cosa que negarles su “derecho a decidir”. Ahora tenemos que reclamar como propia la que es su voluntad.

Y esto me produce una enorme tristeza.

La alternativa es terrible. Permitir una separación no basada en la Libertad es condenar a una enorme población a la esclavitud. Cuando parte de la mayoría separatista comprenda su error, será demasiado tarde. Quienes les robaron con engaños su voluntad no se la devolverán. Pase lo que pase, en la Cataluña independiente se odiará por siempre al resto de España y a la enorme minoría que no quiera la separación. Será una sociedad dividida por el odio y la insolidaridad. Basada la campaña nacionalista en el lema “España nos roba” cuando no haya suficiente para todos, algo que sucede a menudo en los ciclos económicos, el egoísmo individual será la respuesta. Se detraerá el derecho a cobrar pensión a los que cotizaron en “España”. Los que ahora son “catalanes de adopción” se verán como gorrones o invitados molestos. Habrá exiliados, refugiados económicos, marginados lingüísticos, apestados sociales. Los comercios que no “se integren” verán sus cristales rotos, e integrarse va a estar difícil si son competencia de un comerciante genuínamente catalán, empobrecido por la crisis y la voracidad de su Generalitat. Y en el resto de España, la repulsa a lo catalán será imparable, sus productos rechazados, y su exclusión de los foros y mercados internacionales perseguida con ahínco. Los catalanes, y aún más los inmigrantes “españoles”, lo van a tener difícil, casi imposible.

Y esto me produce tristeza. Una enorme tristeza.

Las cosas se podrían haber hecho de otra forma. El pueblo español además de belicoso es muy generoso. Bastaba con decir la verdad: (al resto de España) no tengo derecho pero tengo voluntad; España no me roba pero me da la posibilidad de ser independiente; seguimos en la misma Europa sin fronteras, pero queremos hacer las cosas a nuestra manera; (y a Cataluña) como Nación independiente por primera vez estaremos mejor gobernados; la Prosperidad, la Justicia, la Libertad, serán ejercitadas con más eficiencia... 
Pero estas afirmaciones podrían haber sido creídas, o no, por los ciudadanos y, sobre todo, podrían haber sido queridas, o no, con Libertad. Y ese riesgo no estaban dispuestos a correrlo quienes han hecho del poder su cortijo, y de sus ciudadanos, sus peones.

Y mi tristeza se troca en preocupación. 

Ya muchos españoles no pueden conciliar el sueño. Ahora los más perspicaces,  pronto todos los que habían basado en la Democracia y la Ley su futuro y su Libertad.

José Carlos Morenilla.

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