viernes, 21 de junio de 2013

De cómo le salió joroba al dromedario

 
Tengo siete fieles servidores
Que me enseñan cuanto sé:
Se llaman Cómo, Cuándo, Dónde,
Se llaman Cuál, Quién, y Por qué.
Por tierra y mares los envío,
Este y Oeste han de explorar;
Pero les doy un buen descanso
Cuando regresan a mi hogar.
 

 
Nadie que pretenda escribir un cuento puede desconocer a Rudyar Kipling. Estos versos que he reproducido pertenecen a su libro “Precisamente así”.
 
 
 
Formaba parte de una serie de volúmenes encuadernados en símil piel color azul marino y portadas impresas con letras doradas.
Era una colección de obras completas que editó Plaza y Janés a mediados de los años sesenta. Además de Kipling, y de la misma colección tengo las obras de Chesterton, L. Pirandello y Maxence Van Der Meersch. Recuerdo el día que me los regalaron y la ilusión de la persona que lo hizo: mi madre. Diez volúmenes, cada uno de ellos con más de 1500 páginas, de ese papel finísimo con que se edita la Biblia. Para una mujer que nunca puso una patata de más en un guiso, aquello valía una pequeña fortuna. Yo la recompensé como debía, en menos de tres meses me los había leído todos y casi me los sabía de memoria. Confesaré que en plena adolescencia las obras que mayor mella hicieron en mí fueron la de Van Der Meersch: “Cuerpos y almas”, “Porque no saben lo que se hacen” y “Cuando enmudecen las sirenas”. Durísima temática social para un jovencito que aún creía en los milagros.
 

“Precisamente así”, fue una obra de Kipling bastante polémica en la sociedad anglicana. Son cuentos sacados del acerbo cultural indú, Kipling pasó parte de su vida en la India británica, y ofrecen explicaciones exóticas del origen de la vida animal y otras cuestiones contradictorias con la Biblia.
 

Con el paso del tiempo la polémica ha cambiado de bando. Ahora, son tan atractivos y sorprendentes que calan muy hondo en los niños actuales y  resultan rechazados por quienes quieren predicarles el origen cientifista de la vida natural y el NO sometimiento de la Naturaleza al Hombre. Para Kipling, las leyendas indias sometían a la Naturaleza a los designios del Hombre.
 

“De cómo le salió al dromedario la Joroba”. Rudyard Kipling.
(Resumido y comentado por J. Carlos Morenilla)
 

Allá en los tiempos más remotos, cuando todo lo que contenía el mundo era nuevecito aún, y los animales empezaban a prestar servicio al Hombre, vivía el Dromedario, que entonces no tenía joroba, en medio del desierto. Comía ramitas y espinas, tamariscos y abrojos, pues era un redomado holgazán. ( dice esto el autor  del cuento porque el dromedario no se molestaba en buscar mejores bocados) Cuando alguien le dirigía la palabra decía: ¡Joroba! Y en eso se quedaba.
El lunes el Caballo con la silla de montar y el freno en la boca le dijo: ven a trotar como todos nosotros.
-¡Joroba!- contestó el dromedario, y el caballo fue a contárselo al Hombre.
Luego llegó el Perro, llevando una rama en la boca, y le dijo:
-Dromedario, anda y acarrea lo que te digan, como todos nosotros.
-¡Joroba!- Contestó, y el Perro fue a contárselo al Hombre.
 

Más tarde se acercó el Buey, con el yugo en el cuello, y le dijo:
-Dromedario, buen Dromedario, anda y ara como todos nosotros.
-¡Joroba! Dijo, y el Buey fue a contárselo al Hombre.
 

Al atardecer, el Hombre llamó al Caballo, al Perro y al Buey, y les dijo:
-Sois buenos los tres y me da pena veros tan atareados con el trajín que nos da este mundo nuevecito; pero aquel animalucho del desierto, que sólo sabe decir ¡joroba! no puede trabajar así que vosotros trabajaréis el doble para suplir su faena. (Esto puede parecer injusto pero traslada a los niños un principio de corresponsabilidad en el trabajo conjunto)
 

Los tres se enfadaron mucho y celebraron una asamblea, un punchayet, un conciliábulo. Se acercó a ellos el Dromedario, más holgazán que nunca y echóse a reír en sus propias barbas. Luego dijo: ¡joroba!, y se marchó tranquilamente.
 

Y he aquí que se presentó el Genio que tenía a su cargo todos los desiertos, cabalgando en una nube de arena- lo Genios suelen viajar así- (notad cómo evita la mención de ninguna deidad como árbitro de la Creación. Sin embargo, este arbitraje sobrenatural o mágico, también es repudiado por los puristas del laicismo)
- Genio de los desiertos ¿te parece justo lo que nos pasa, con el trabajo que tenemos en este mundo nuevecito?
-¡Claro que no! dijo el Genio.
-Pues bien, en medio del desierto está el holgazán, dijo el Caballo.
- Y ¿cómo se excusa para no trabajar?, preguntó el Genio.
-dice: ¡Joroba! Y ya no hay  nada que hacer.
- Pues esperad un momento y veréis como lo jorobo.
 

El Genio se arrebujó en su capa de arena y enseguida dio con el Dromedario.
-Amigo patilargo y fullero, ¿es verdad lo que me cuentan de que no quieres trabajar?
-¡Joroba! Masculló el Dromedario por toda respuesta.
-Por tu culpa tus tres compañeros han tenido que trabajar el doble durante muchos días. Dijo el Genio y empezó a imaginar encantamientos con la mano apoyada en el mentón.
-¡Joroba! Comentó el Dromedario.
-Si estuviera yo en tu lugar no repetiría esa palabra. La sueles emplear demasiadas veces. Bueno, tramposo, ¡hay que trabajar!
Y el Dromedario dijo de nuevo ¡joroba!, pero apenas había pronunciado su exclamación habitual, vio que su lomo, del cual se sentía tan orgulloso, iba creciendo, creciendo y creciendo, hasta formar una grotesca y enorme giba.
-¿ves? Esa joroba te la has ganado por no querer trabajar. Aún no has trabajado pero vas a empezar ahora mal que te pese.
-¿Pero cómo voy a trabajar con esta enorme joroba en el lomo?
-Pues te ha salido precisamente por eso, porque llevas muchos días haciendo el remolón. Desde hoy podrás trabajar todos esos días seguidos sin comer porque la joroba te dará los alimentos que necesites. Y no dirás que no te he prestado un gran servicio. Anda sal del desierto y ve a trabajar con tus compañeros. ¡Arriba ese cuello!
Y el Dromedario levantó su cabeza y se puso en marcha, arrastrando su joroba. Y desde entonces no ha dejado el Dromedario su joroba, pero no ha logrado recuperar aún los días que perdiera al principio del mundo por eso no para de trabajar, aunque sigue sin saber comportarse como es debido.
 

Seguían unos versos:
Posee el Dromedario una giba muy fea,
Que en el parque podéis ver
 Pero es más fea aún la joroba
 De quien nada quiere hacer.
 

                                      ….
 

Muy recomendable el cuento, o ¿no?.-

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